OPINIÓN
Por Humberto A. Vela Del Bosque
Aprendí a leer a los tres años, a los 4 ya estaba en primero de primaria -aunque después en un cambio de colegio tuve que ingresar de nuevo a los 5- sólo porque leía.
Siempre me he dado tiempo para leer, siempre lo encontré: haciendo fila, en un semáforo en rojo, entre junta y junta, durante y entre llamadas telefónicas, en el baño, en fin, creo que es cuestión de prioridades.
El hábito de leer lo han puesto a la altura de virtudes como el trabajo, el ahorro, el ejercicio, pero para mí, la lectura es una práctica, un placer, un gusto, una manera de vivir, igual que la tiene a quien le gusta el futbol, el cine, la música, los videojuegos.
Al igual que en el deporte y las demás actividades, la lectura entre más las prácticas más y mejores habilidades como lector puedes adquirir.
La lectura quizá está un tanto cuanto sobrevalorada, y la gente probablemente se siente que se le juzgará negativamente si no lee. A mí, en muchas ocasiones, me comentan sin que yo pregunte, “yo no tengo tiempo para leer”.
Quizá si les preguntara, les costaría mucho responder con la verdad: “me gustan otras actividades mucho más que la lectura”, que me parece una mejor respuesta que la de la carencia de tiempo.
Y es que leer, no te hace mejor persona, más inteligente o más culto. Todo depende de qué leas, cómo lo hagas, qué pretendas obtener con la lectura. No existe razón alguna para que todos tengamos que ser lectores, como no todos tenemos que ser músicos, escultores, o artistas. Nadie se debe sentir obligado a leer solo porque “está bien visto”.
En 2020 alcancé a terminar de leer 126 libros y escribí un texto sobre los sentimientos y sensaciones que me provocaron la lectura de diversos géneros y de varios autores. ¿Son muchos? Probablemente sí, en un país donde se leen pocos libros.
Los últimos 15-20 años mi ritmo de lectura se encuentra entre los 100-115 libros anuales. Es la primera ocasión que superó los 120, y creo que la razón es fácil de encontrar: la maldita pandemia, que nos encerró y nos ofreció tiempo extra para la lectura.
Pero leer no tiene nada que ver con las estadísticas. Llama la atención las cifras por lo que comentaba antes: somos pocos los lectores de “libros”. No existen criterios abstractos sobre valores en la lectura.
No existen números mágicos. Los libros valen, solo en la medida en lo que el lector obtenga de ellos, sean uno o cien, el número no es lo relevante. No existen premios para los que más lean.
Para mí, leer es una acción refleja, es una capacidad innata, connatural, e inherente a mi persona: leo, como define Edith Wharton al lector nato: de manera inconsciente, tal y como respiro; sin darme cuenta, mis ojos buscan palabras, oraciones, frases, textos. Leer significa pues, para mí, respirar.
Como lector voraz y disperso leo de todo, hasta las letras pequeñas de las cajas de cereal mientras desayuno. A lo largo de los años, los gustos en cuanto al género literario van cambiando. Recuerdo que de adolescente, justo de dinero, me gustaban los libros de muchas páginas, más por razones de pesos (más página por peso invertido) que por valores literarios.
Pretendo cuando menos que el 10 % de mis lecturas, sean de novelas clásicas: Stendhal, Flaubert, Austen, Dickens, Dostoievski, James, Wolf, las Brontë, etc. Diez clásicos al año, cuando menos. Y ando en la búsqueda, investigando, intentando descubrir nuevos autores; estoy muy al pendiente de lo que se reseña en blogs, revistas, y secciones culturales sobre las novedades libreras. Participo en muchos grupos de lectores en las redes sociales.
Leo principalmente novela, y dentro de la ficción, me gustan mucho los thrillers políticos o policíacos; leo mucha crónica, biografía, autobiografía, memorias y el género híbrido de la autoficción; poco cuento y ensayo, algo de poesía y nada de teatro.
Por razones mercantiles son más accesibles autores españoles, latinoamericanos; anglosajones, principalmente estadounidenses e ingleses; gracias a casas editoriales como Anagrama, podemos leer a los europeos: franceses, italianos, polacos, húngaros, checoslovacos, etc.
El Nobel de Literatura es una oportunidad para conocer autores que sin el galardón, nunca los hubiéramos conocido. También nos llega literatura japonesa y china; de África, pues a bote pronto, me viene a la mente Coetzee, quizá porque ganó el Nobel; y recientemente conocí a Chimamanda Ngozi, de Nigeria. En fin, no hay fobias en cuanto a nacionalidad.
Es muy complicado tener un ranking de libros preferidos. Los recuerdos que te dejan, creo que son más fuertes o débiles dependiendo del momento en que los lees. Por ejemplo, recuerdo mucho cuando descubrí a Stephen King, porque fue el verano en que la familia se cambió a vivir al Distrito Federal.
Sin embargo libros que me dejaron huella, que los tengo muy presentes fueron “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez, “Pantaleón y las visitadoras”, de Mario Vargas Llosa; inolvidable, el primer libro que recuerdo haber leído, así completo, como se lee un libro, ya como lector hecho y derecho: “Corazón. Diario de un niño”, de Edmundo De Amicis, a los 5 años.
En los últimos 10 años, dos sagas me volaron literalmente la cabeza: “Mi lucha”, seis volúmenes, más de 3,400 páginas autobiográficas de un escritor noruego Karl Ove Knasguråd, que provocó una enorme controversia sobre su valor literario; y la otra, una tetralogía de una escritora italiana que se esconde bajo el seudónimo de Elena Ferrante, que ha sido un éxito increíble, y que a diferencia de la obra de Karl Ove, no genera dudas sobre su enorme valor como literatura de alto nivel.
¿Diez libros de mis lecturas en el 2020? El único que no me gustó nada, y sí lo terminé, fue buscando la razón, quería intentar descubrir qué era lo que me molestaba fue “Frankenstein”, de Mary Shelley.
Aparte de los 126 inicié dos o tres más, y los dejé, aunque cada vez son menos los que no termino porque estoy mejor informado antes de iniciar la lectura de un libro.
Todos los clásicos que leí este año, salvo el anterior, me gustaron. ¿Una lista? Libros que no son clásicos, aunque no me gusta diferenciarlos porque todos me dejaron algo: “Iluminada”, de Mary Karr, “La tierra prometida”, de Barack Obama, “Línea de fuego”, de Arturo Pérez-Reverte, “Del amor y otros demonios”, de Gabriel García Márquez, “Un caballero en Moscú”, de Amor Towles, “La hermandad de la uva”, de John Fante, “La señal”, de Maxime Chattam, “La edad del desconsuelo”, de Jane Smiley, “Todo cuanto amé”, de Siri Hustvedt, “Sobre los huesos de los muertos”, de Olga Tokarczuk, ¿Son diez? La lista son lecturas de Junio a Diciembre de 2020.
Publico sobre mis lecturas en mi blog, en mis perfiles de Twitter, Facebook, Instagram y en una decena de grupos. He recibido comentarios y likes de varios autores, y algunas editoriales me han solicitado alguno de mis textos, y no tengo problema que lo usen, pues no pretendo o busco mayor incentivo; lo mío va por la invitación a la lectura, el compartir lecturas, el trasmitir sensaciones, emociones, sentimientos que me provocan.
El publicar mis textos me brinda la oportunidad de conocer lectores. Creo que muchos lectores nos sentíamos solos antes de las redes sociales, al no tener con quien comentar y compartir nuestras lecturas. Cuando menos, yo siempre me sentí así.
Obviamente da gusto cuando un autor se contacta conmigo o una casa editorial te pide el texto para publicarlo en algún otro sitio, me hacen sentir que algo ando moviendo por ahí; pero lo que más me gusta es compartir, interactuar con los lectores: leer los comentarios de los lectores, sus recomendaciones, etc.
*El autor es Ingeniero por la UAMI (1979), con maestrías por el ITESM en Administración (1995) y Comercio Electrónico (2001). Con estudios de maestría en la ESPE en Dirección de Procesos Electorales (2015). Actualmente cursa el Master de Escritura Creativa en la Universidad de Salamanca. Socio del despacho de consultoría Börte, Estrategas Políticos, SC