Hillary Clintón aceptó en Filadelfia la nominación del Partido Demócrata alertando de que las elecciones de noviembre representan “un momento decisivo” en la historia de Estados Unidos por la posibilidad de que el magnate republicano Donald Trump llegue a la Casa Blanca. La exsecretaria de Estado Clinton, primera mujer que opta a la Casa Blanca por un gran partido, prometió más empleo y salarios más altos, y se postuló como la presidenta que, en un mundo turbulento, ofrecerá un “liderazgo firme” en contraste con el temperamento de hombres como Trump, «movidos por el miedo y el orgullo».
Remitiéndose a los padres fundadores y al lema de la nación e pluribus unum (de muchos, uno), Clinton acusó a su rival republicano, Trump, de dividir a los norteamericanos y de dividir a EE UU y el resto del mundo. Comparó el momento actual con los momentos iniciales de la revolución americana que se vivieron en Filadelfia, cuna de la democracia de este país, cuando el futuro de los Estados Unidos de América era incierto. Y, como el presidente Barack Obama la noche anterior, lanzó un mensaje patriótico y optimista frente al catastrofismo de Trump, el hombre, dijo, que ha llevado al Partido Republicano del «amanecer en América» —eslogan electoral del icono republicano en 1984— a la «medianoche en América».
El discurso, pronunciado con el runrún de fondo de un grupo de personas que abucheando, clausuró la convención demócrata en Filadelfia y abrió una nueva fase en la campaña electoral. Tras la nominación de Donald Trump en la convención republicana en Cleveland, ambos partidos ya tienen oficialmente candidato. Es una campaña insólita. Enfrenta a la primera mujer que puede ser presidenta con uno de los candidatos con menos experiencia política y de gobierno en la historia de la primera potencia mundial.
Era la ocasión para Clinton de dirigirse a una audiencia televisiva millonaria. Se trataba de volver a presentarse a un país que la conoce muy bien, y desmentir la frase hecha según la cual “no hay una segunda oportunidad para dar una buena primera impresión”. No es fácil. Clinton lleva casi cuatro décadas en la política o en sus aledaños. Sus índices de impopularidad son elevados, solo superados, entre los principales políticos, por Trump. Y en las últimas semanas los republicanos la han sometido a un hostigamiento feroz que ha llegado al paroxismo con los cánticos, en Cleveland, de «a la cárcel a la cárcel».
Clinton, como los principales oradores en los cuatro días de kermés demócrata en Filadelfia, describió las presidenciales del 8 de noviembre como una elección existencial. De un lado, un candidato, Trump, que fomenta el enfrentamiento en el interior y aleja al país de sus tradiciones —demócrata y republicana— en la política exterior. Delotro, Clinton, que mantendrá la hegemonía global del país y trabajará para la cohesión social en casa. (EL PAÏS)